Hoy voy a tomar otra punta del tema de los límites, que el miércoles pasado se me quedó en el tintero.

Me llama mucho la atención cómo en nuestra sociedad, no se considera a los niños como sujetos por sí mismos. Son personitas adorables cuando se trata de vender pañales o juguetes, pero en el día a día… pocas veces se mira hacia abajo para ver si sus deseos y necesidades están siendo cubiertas, y si estamos respetando sus límites.Cómo podemos «enseñarles a respetarnos» si constantemente estamos violentando sus deseos?
- Ahora no es hora de jugar, hay que bañarse
- Si no comés toda la comida, no salís a jugar
- Te voy a bañar/cambiar el pañal/cambiar de ropa aunque no quieras
Es muy difícil que nuestro hijo entienda que hay reglas que se deben respetar, si nosotros no «hacemos caso» cuando él nos comunica claramente su deseo o postura.
Y sin embargo, todo esto está tremendamente naturalizado. Nos cuesta verlo en el día a día, y ni hablar si estamos cansados o ya enojados.
Nuestro primer «límite» es nuestra propia piel
Los niños pequeños son puro «cuerpo». No se han disociado aún como la mayoría de los adultos, privilegiando la mente y desconectando de las sensaciones corporales. Su verdad es su cuerpo. No hay separación. Así que si atentamos contra sus límites corporales, estamos violentándolo en su límite último.
La naturalización de esta violencia se ve muy claramente desde el sistema de atención sanitario. Una pediatra llegó a decirme una vez, cuando le comenté que a Thiago no le gustaba tomar medicinas, «Le tapás la nariz y le metés la cuchara en la boca, va a tener que tragar«. No era una sádica en potencia, ni estaba en un momento de desequilibrio emocional. Me lo dijo así, livianamente, mientras apuntaba cuánto había medido mi bebé.
En el día a día también se da. Si constantemente insistimos en imponer lo que nosotros pensamos que hay que hacer, a la larga lograremos justamente, estimular esa desconexión corporal que comentaba más arriba. Se generará una coraza defensiva para no sentir el dolor de ser agredidos una y otra vez, por las personas de quienes el niño depende y a quienes ama.
Qué hacemos, entonces?
De nuevo, con todo esto no quiero decir que hay que dejar que el niño haga cualquier cosa. La autorregulación no pasa por ahí.
Casilda Rodrigañez, en su precioso texto «Poner límites o informar«, habla de cómo dar órdenes («No hagas esto», «Vení y hacé esto otro») muestra en realidad la forma en que subestimamos a los niños, negándoles su capacidad de pensar y decidir. En nuestra sociedad, los adultos siempre son superiores («cuando seas grande vas a entender»).
Si en vez de eso, optamos por informar sobre la situación, permitiendo que el niño analice y decida junto a nosotros, estaremos respetándolos como personas, sin abandonar nuestra responsabilidad como padres. Y estaremos también, implicándonos emocionalmente con ellos, acompañándolos en su deseo de hacer, o en su frustración o enojo ante las cosas que están más allá de los límites naturales de su seguridad.
Además, estaremos estimulando su aprendizaje y su desenvolvimiento en el ambiente.
Por ejemplo: si vemos que nuestro hijo pequeño va corriendo hacia una escalera, y simplemente le gritamos «No! A la escalera no!», estaremos reprimiendo su impulso vital, ignorando sus deseos, e impidiendo que aprenda por qué una escalera puede ser peligrosa, y qué maneras hay de usarla sin arriesgarse.
Y vos? Cómo manejás este tema? Dejá un comentario!
Hola, me gusta mucho lo que he leído en tu blog, comparto 100% , pero en los hechos a veces se me hace dificil, mas que nada por que siento que estoy aprendiendo muchas cosas a la par de mi hijo en esto de ser madre. Lo que si estoy segura es que no le quiero trasmitir la misma educación que yo recibí, que era tal cual las descripciones del adulto-centrismo. Ahora no es fácil, siento que tengo un doble trabajo, pero lo intento día a día.
Hola Flor! Bienvenida y gracias por comentar!
Qué decirte que no sepas ya. Es tal cual como decís, tenemos un doble trabajo: criar lo más respetuosa y amorosamente posible, y al mismo tiempo pelear con nuestra sombra. Una sombra que muchas veces está hecha de nuestras propias heridas infantiles. Es un viaje que se atraviesa con conciencia y también dolor, pero resulta muy liberador. También está bueno sacarse el peso de «ser el padre con apego perfecto». De vez en cuando metemos la pata (o todos los días, jeje), y no será el fin del mundo, si logramos aprender de los errores, pedir perdón a nuestros hijos para reconstruir el respeto, y seguir adelante.
Un abrazo, Mariel
[…] comentaba una lectora hace unos días, intentar una crianza respetuosa implica para los papás un doble trabajo. Por un lado esforzarnos […]