Ser mamá o papá «ecológico» no es fácil en los tiempos que corren.
Criar de forma diferente a lo tradicional, nos hace blanco fácil de críticas, opiniones no solicitadas, enfrentamientos varios con los abuelos, los pediatras, los maestros…

Además, nuestros hijos nos desafían día a día, a aprender a respetarlos, a criarlos desde el amor y la libertad. Algo que la mayoría de nosotros debe construir por sí mismo, sin mucha experiencia previa de donde agarrarse.
Estas dificultades, muchas veces pueden hacernos sentir solos. Y también, pueden estimularnos a aumentar la presión que nos hacemos a nosotros mismos para no equivocarnos: debemos demostrarle al mundo que no sólo somos buenos padres, somos mejores que los tradicionales!
La autoexigencia no es buena compañera
Es genial estar atentos para intentar prevenir o evitar «meter la pata». Pero la presión excesiva en ese sentido, puede hacernos perder el foco sobre lo realmente importante: las necesidades de nuestros hijos en su desarrollo.
Un factor para que la autoexigencia se haga presente es nuestra propia sombra. Nuestra historia oculta, las experiencias pasadas cuyas marcas no queremos recordar pero nos influencian en nuestras elecciones.
He conocido mamás, por ejemplo, que se perseguían mucho en su esfuerzo por evitar que sus hijos sufrieran lo mismo que ellas.
Me pregunto también, si exigirnos tanto para ser «la mejor mamá del mundo» no es parte de una necesidad nuestra, un viaje narcisista que nada tiene que ver con el supuesto «objeto» de nuestras atenciones: nuestro hijo.
Intentar «corregir» lo vivido, o abanderarse para «ser mejor mamá» nos aleja en realidad del contacto con nuestro instinto: el que nos dice que nuestros hijos están ahí, viviendo SUS vidas, no las nuestras, y que cuentan con nosotros para que los acompañemos como mejor sepamos.
Aceptar que puedo equivocarme es también aceptar mi responsabilidad
Si en lugar de negarla, intentamos integrar nuestra sombra. Si aceptamos nuestras falencias, nuestra coraza y lo que ella nos provoca, seremos más concientes de que podemos elegir actuar o simplemente reaccionar.
Soltar la autoexigencia no significa dejar de intentar superarse, sino aflojar una presión que no nos ayuda, ya que el camino para la superación es a través de nuestro aprendizaje. Dejemos que los niños sean nuestros maestros. Abramos el contacto a los sentimientos que todo esto nos genera.
Y, en última instancia, replanteémonos nuestros objetivos: Por qué elegí criar de esta manera? Qué deseo para mi hijo y para mí?
Qué post tan estupendo.
Muchas veces vivimos en la lucha constante por ser los padres que nos gustaría ser, y como bien dices tú olvidamos cuál es verdadero objetivo: ellos, no nosotros.
Gracias por esta entrada, me ha encantado 🙂
Gracias Himar! Es así, luchamos sin sentido por parecernos a nuestro reflejo narcisista… y nuestros pequeños grandes maestros, siempre nos devuelven una imagen mucho más real.