El puerperio, por acá, está llegando a su última etapa…
Y cuando creía que ya tenía todas las respuestas, me cambiaron las preguntas 😉
Te pasó o te pasa? Qué cosas has vivido?
Yo hoy les cuento un poco lo que siento y pienso al respecto…
La salida del puerperio
Qué entendemos por puerperio? Socialmente está aceptado lo de los primeros 40 días. Pero qué es lo que en realidad nos sucede a las mamás en los primeros tiempos?
Como ya he mencionado, al principio nos sumergimos en la fusión con el bebé, somos puro hormonas, nuestra identidad se hace pedazos, nos convertimos en hembra y cachorro. Nada más.
Y está buenísimo que eso pase, porque es lo que ambos necesitamos.
Luego el bebé va creciendo, las necesidades van cambiando. Tanto las de nuestro hijo como las nuestras.
Llega un momento en que nuestro bebé ya no es un bebé, que su personalidad se afirma, se planta como individuo. Es un gran placer verlo crecer, por supuesto. Pero también hay vaivenes, en ellos y en nosotras.
El puerperio es entonces un proceso, una transformación profunda de la que emergeremos como una nueva mujer. Si lo dejamos.
Alrededor de los 2 años luego del parto, esa nueva mujer comienza a vislumbrarse… es el principio del fin.
Y puede resultar muy confuso y movilizador, tanto como cuando nos encontramos con nuestro bebé recién nacido.
Porque no tenemos brújula, otra vez.
No podemos volver a ser la mujer que éramos. Tampoco deseamos seguir en la fusión absoluta con nuestro hijo, viendo el mundo con sus ojos.
Seguramente nuestro propio hijo tampoco nos deje seguir en esa fusión 😉
Así que debemos construir una nueva, re-encontrándonos con nosotras mismas.
Es una oportunidad maravillosa; «Extreme make-over».
La salida del puerperio como ventana de cambio
Seguramente comiences a sentir -o si ya lo has sentido antes, ahora se te hará más patente- que tus necesidades y las de tu hijo no siempre van en el mismo sentido.
Cuando querés estar un rato sola, él o ella se te pegotea sin dar respiro.
Cuando querés acordar, se va corriendo a jugar sin mirarte siquiera.
Y eso está genial. Que pase eso, quiero decir. Porque significa que no somos iguales, que somos personas diferentes, y que como mamás hemos podido dar el espacio para que eso sucediera.
Claro, nadie dijo que fuera fácil.
Encontrar tus intereses
Qué te hace feliz? Qué te llena? Seguramente en esta etapa empieces a sentir ganas de hacer cosas. Otras cosas. Que no tengan que ver directamente con tu hijo. Probablemente te reencuentres con algo que hacías antes, dándole otra perspectiva. O tal vez te surja un proyecto totalmente nuevo.
Tomate un tiempo para contactar con esas ganas, sin «saltar» a hacer algo enseguida, si tenés la posibilidad. Está bueno palpar esa sensación. Darle nombre. Y al mismo tiempo te dará espacio para ver a tu hijo desde ese lugar. Verás que todavía te necesita a veces, que tal vez haya momentos en los que parezca que se retrocede…
También podés sentir ganas de retroceder vos, si lo que ves en tu espejo no te gusta. O si te asusta asumir nuevos roles, más «independientes».
Sumergirnos en el puerperio es también una ventana a sanar nuestras propias heridas de separación. Y puede ser tentador quedarse ahí, lamiendo las cicatrices.
Reconstruir la mujer es también reconstruir la madre
No es que por salir del puerperio dejemos de ser mamás. Así que también es una oportunidad para plantearnos la maternidad que hemos ejercido hasta ahora, y hacia dónde llevarla.
Aquí pueden entrar muchas presiones o creencias culturales.
En mi caso por ejemplo, reconozco que me pesa la idea de «ser sólo mamá». Como si fuera algo malo. Pero me parece genial que haya mujeres que sean felices con esa identidad.
Rearmar la madre que queremos ser es también plantearnos cuánto queremos/podemos dar. Mirarnos al espejo y reconocer nuestros límites. Perdonarnos por ellos. Observar si hay algo que deseemos cambiar.
Desde la sociedad
Cuando esta necesidad de despegue choca con las de nuestro hijo, podemos sentirnos cansadas, agobiadas.
Y desde la sociedad, gracias a la cultura del desapego en la que estamos inmersos, suelen surgir las voces: «Y por qué no lo ponés en un jardín?» «Por qué no le sacás la teta, así dormís más?»
No quiero que parezca que juzgo mal a las mamás que destetan, o a la existencia de jardines de infantes.
Sólo intento poner en la lupa, que todo es un tema de necesidades.
A mí no me cansa dar la teta, o que mi hijo no vaya al jardín. Me cansa no tener tribu. Estar sola todo el día con él.
El jardín de infantes puede ser una solución genial… si el niño también lo disfruta, si le llega en el momento adecuado de su desarrollo. Y por supuesto, siempre y cuando sea una institución respetuosa y cálida.
Seguiremos entonces, en la búsqueda del camino… conociendo una vez más gracias a mi pequeño maestro, partes desconocidas de mí misma.
me encantó!!! muy sincero y tierno tu testimonio… gracias!
Muchas gracias a vos Raquel por tu comentario!
Hermosa forma de describir esta etapa maravillosa. Yo la viví y aun la vivo intensamente, dejándome guiar por lo que el cuerpo y el corazón me dictan y por lo que mi bebé, que trae consigo toda la sabiduría del universo, me pide. Un abrazo!
Gracias Monica por pasar y comentar! Así debería ser siempre, pero no siempre es fácil pelear con nuestras sombras. Abrazos para vos.
Genial!
Gracias Yula!